Tiburones: así está matando la pesca al símbolo de salud de los océanos

Las áreas marinas en donde viven los tiburones son ecosistemas sanos y en los que la naturaleza no fue gravemente afectada por la intervención humana. Sin embargo, estos animales que cumplen funciones esenciales como reguladores de los ecosistemas están en peligro.

En los últimos 50 años más del 70 por ciento de los tiburones pelágicos (aquellas especies que se encuentran en alta mar) desaparecieron del mapa. De las cerca de 500 especies conocidas la mitad corre algún peligro de extinción. Eso según datos del Fondo Internacional para el Bienestar Animal (Ifaw).

Pero esa no fue la única advertencia sobre su grave estado. El año pasado el Grupo de Especialistas en Tiburones de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) aseguró que debido a la sobrepesca los tiburones y rayas de todo el planeta se enfrentan a un riesgo de extinción sin precedentes.

Sobrepesca, la mayor amenaza de los tiburones

Según el biólogo marino colombiano y doctor en ciencias, Carlos Julio Polo Silva, quien lleva 20 años trabajando en temas de conservación de tiburones lo que se está viendo hoy es que el incremento de la pesca para satisfacer sobre todo al mercado asiático, mayor consumidor de aletas y carne de tiburón del mundo, está generando una tendencia hacia la disminución de la especies, lo que llevó a que en algunas regiones los tiburones están prácticamente extintos.

Por ejemplo, especies como el pez sierra del genero Pristis, el tiburón del río Ganges y el tiburón arenero disminuyeron a tal punto sus poblaciones en diferentes regiones del mundo que hoy es casi imposible encontrarlas para estudiarlas en el mar.

La pesca indiscriminada que vino en aumento debido al incremento de la población y, por ende, del número de consumidores de tiburón es la razón más importante.

Solo por poner un caso en la región, en Ecuador, en el 2021 se dispararon las exportaciones de aletas de tiburón, según datos del Servicio Nacional de Aduanas del Ecuador, que registra que en todo el 2020 se exportaron 82,18 toneladas de aletas de tiburón (que costaron 2,9 millones de dólares), y tan solo durante los meses de enero a septiembre de 2021 esa cifra casi que se triplicó, pasando a 223 toneladas (que costaron 6,5 millones de dólares).

Esto, a pesar de que la captura dirigida de estos animales en Ecuador está prohibida, solo se permite como pesca incidental (cuando el animal queda atrapado en las redes de un barco pesquero cuyo objetivo de captura no son los tiburones, sino otros recursos, y al morir se permite usar su carne).

En el mundo se pescan cada año, por lo menos, 100 millones de tiburones para satisfacer la demanda según datos de la Ifaw.

De acuerdo con el doctor Polo, el problema no es que el tiburón sea un recurso pesquero y que su carne y aletas sean consumidas, el problema es exceder los niveles de pesca que son sostenibles, dado que la mayoría de especies de tiburones llegan a la madurez sexual de forma tardía, en algunas especies después de al menos 10 años, por lo que aún si se prohibiera hoy el comercio de tiburones los efectos en la recuperación de la especie no se verían sino hasta dentro de dos o tres décadas.

Para él sí es posible que exista una pesca sostenible de tiburones, una afirmación respaldada por el Grupo de Especialistas en Tiburones de la UICN; sin embargo, no es tan sencillo. Por ejemplo, a través de mecanismos como incluir a ciertas especies a los Apéndices de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites). También la regulación local puede ayudar a disminuir la sobrepesca con acciones como la que hizo Ecuador de establecer ciertos límites en la pesca de algunas especies.

Para ella, la culpa recae en que para el mercado asiático el consumo de aleta de tiburón es un lujo al que cada vez más personas pueden acceder. Según Cáceres, mientras en el occidente un bolso o un auto de lujo son una muestra de estatus social, en lugares como Hong Kong y Taiwán una sopa de tiburón es una muestra de capacidad económica que cada vez más familias pueden costear.

Mientras tanto, el rey de los océanos padece ante un consumo desmedido que lo afecta y que, de seguir por este camino, lo pondría en riesgo de desaparecer con consecuencias aún desconocidas para el equilibrio del mar.

“No sé, ni me quiero enterar cómo sería un mundo sin tiburones –reflexiona Cáceres–. Pero es como lo que dicen los biólogos de las abejas, que, si se mueren, tres meses después colapsaría el mundo entero. Yo diría que es algo similar, tal vez no en tres meses, pero sí en un año o cinco años. Sin tiburones sin duda colapsaría la ecología de comunidades marinas y eso afectaría la proteína que consumimos los humanos del mar, el dinero de las pesquerías, todo”.


Fuente: La Nación

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